Un cuento por Víctor Álex Hernández
Fotografía: José de Haro
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¡Yo creía ser feliz! Todo me iba bien. Tenía salud, una familia adorable, la estabilidad que solo un buen oficio nos puede dar. Había tenido la suerte de conseguir y conservar unos amigos honestos y una situación económica desahogada. No es que pudiéramos escatimar en gastos y olvidarnos de la gran escasez que vivíamos en otros tiempos y que aún hoy observábamos a nuestro alrededor, pero sí que nos podíamos permitir ciertos lujos que no están al alcance de todo el mundo. Siempre me consideré un alumno aventajado, un complaciente hijo, más tarde un eficiente empleado, un padre concienciado, y un esposo cercano. Y como consecuencia de todo esto la vida me devolvió salud, me recompensó con amor, y el dinero se hizo su propio camino entrando por mi puerta en su justa medida. La verdad es que jamás se me ocurrió reprochar nada a mi destino. Me hubiera gustado haber sido actor, pero la insistencia de mis padres hizo que finalmente estudiara periodismo. Luego me casé y tuve dos niños maravillosos, un poco desobedientes para mi gusto, pero al menos a su madre sí que le hacen caso. Y bueno, tan sólo echaba de menos un poco más de tiempo para mis aficiones pero el trabajo, las labores domésticas y el cuidado de los míos eran circunstancias que me mantenían ocupado la mayor parte del día.